Un gesto tan sencillo como pulsar el interruptor y que se encienda una bombilla o conectar a un enchufe un cargador y que nuestro teléfono comience a cargarse parecen algo obvio, algo a lo que estamos acostumbrados en nuestro día a día. Pero eso no fue siempre así.
En los albores de la industria eléctrica se desconocía el funcionamiento de la electricidad, y fue gracias al trabajo y a la investigación de algunas grandes mentes de aquella época que hoy todo está al alcance de un interruptor.
Entre 1870 y 1880 las primeras centrales eléctricas comenzaron a funcionar. Fueron años de grandes avances en los que unos pocos descubrimientos maravillaban a la gente que empezó a ver alumbrados eléctricos por las calles en detrimento del queroseno o el aceite. Aquellos primeros sistemas de alumbrado utilizaban una tensión de ¡más de 3.000 voltios!
Para que nos hagamos una idea, en la actualidad suele ser menor de 1.000 voltios en corriente alterna o 1.500 en corriente continua.
La mejora de aquellas tecnologías permitió que tanto la alterna como la continua evolucionaran y fueran más estables y eficientes. Así, la electricidad que llega a las casas es normalmente alterna y son nuestros dispositivos y aparatos los que, mediante fuentes de alimentación, las que transforman la energía en continua para el correcto funcionamiento de todo, desde nuestros ordenadores o frigoríficos hasta nuestros televisores.
Sin que seamos conscientes, existe un complejo sistema de transformación y transporte de electricidad en el subsuelo de las ciudades y en las paredes de nuestra casa. La próxima vez que encendamos un interruptor o la televisión, pensad todo el trabajo, todos los descubrimientos y la evolución que hemos vivido en los últimos 200 años para que todo funcione como hoy lo hace.